"Si la guerra continúa habrá hambruna", presidente de Sudán del Sur

LolaMora, Juba 25 mayo, 2014.

No son todos los estados que forman Sudán del Sur ni es toda su población la que sufre la guerra pero la rivalidad entre los dos grandes hombres –que representan a dos grandes tribus- históricos de la lucha por la independencia de la República Islámica de Sudán, es la razón por la que el país se ha paralizado y se ha sumido en semejante catástrofe.

En una entrevista en el programa HardTalk, de BBC Mundo, el pasado 19 de mayo, el Presidente de la República, Salva Kiir Mayardit, dinka, elude su responsabilidad directa por la violencia desatada el pasado mes de diciembre en Juba, y apunta a su oponente, el nuer, ex vicepresidente del gobierno, Riek Machar. Salva Kiir admitió en la entrevista que habrá hambruna si la guerra no cesa y que no dejará su cargo antes de la celebración de elecciones. Los nuer y los dinkas -las dos tribus más poderosas y numerosas- entraron el pasado mes de diciembre en una espiral de ataques y contrataques donde los asesinatos son vengados en actos igualmente violentos.

La Unión Africana, la Comisión Interna de Derechos Humanos, Amnistía Internacional y Naciones Unidas conducen investigaciones para determinar responsabilidades por las violaciones de derechos humanos y los crímenes de guerra cometidos.

Crisis visible

Las cifras, siempre frías y abstractas, apenas dan para imaginar la tragedia que vive el país más joven de África. Pero es un hecho que desde el pasado mes de febrero, punto álgido del conflicto, la situación no ha hecho más que empeorar. 3.5 millones de personas dependen de ayuda externa y un millón ya no vive en su casa sino a la intemperie, en campamentos habilitados para el refugio temporal o en países vecinos.

El cólera, contra el que se pusieron miles de vacunas entre febrero y abril, ha sido imparable y ya se está cobrando vidas en la capital; algunas escuelas han cerrado. Fuera de Juba, tener semillas y poder mantener el ganado con vida son dos cosas fundamentales para la sobrevivencia de las familias o grupos, por eso bajo el momentáneo cese de hostilidades, el Programa Mundial de Alimentos de ONU (FAO) distribuye paquetes de ayuda básica. La Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) dice que para diciembre, 1 de cada 2 sur sudaneses estará directamente afectado por la guerra.

El pasado día 20, con el fin de revertir la apatía y la desidia, tuvo lugar en Noruega una conferencia entre países donantes. Han prometido 600 millones de dólares; hace falta más de un billón, según Naciones Unidas.

Retórica en papel mojado

El pasado 23 de enero, el Acuerdo para el Cese de Hostilidades firmado en Adís Abeba, prometía el fin del conflicto un mes después de sus inicios. Puro papel mojado, ambas facciones lo ignoraron. De hecho, a partir de entonces comenzaron las semanas más cruentas. Al menos tres ciudades importantes sur sudanesas son hoy cenizas y escombros: Bentiu, Malakal y Bor. Entre febrero y abril, nuer y dinkas saquearon, incendiaron, robaron y mataron. Hay niños reclutados como combatientes, violaciones sexuales a niñas y mujeres y el rapto de mujeres jóvenes (una práctica ancestral entre varios clanes y tribus del país).

Los acuerdos paulatinos alcanzados en la mesa de negociación, instalada desde enero en la capital etíope, y auspiciados por la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD, en inglés), tienen como eje central el reconocimiento de que no hay solución militar a esta crisis y que una paz duradera solo será alcanzable a través del diálogo. El abismo que separa la retórica de los actos es gigante.

Por el momento, ambos líderes mantienen una esmirriada tregua de un mes, que ya se ha pasado por alto y que firmaron sin apenas dirigirse la palabra. Este cese de las hostilidades permitirá la entrega de comida, semillas y otras cosas básicas. El enfrentamiento entre dinkas y nuer no es el único.

Entre 2012 y 2013, en el condado Gran Pibor, estado de Jonglei, los murle –otro de los grupos étnicos del país- se rebelaron contra el gobierno central de Salva Kiir para exigir servicios básicos, derechos políticos y mayor autonomía administrativa. Los enfrentamientos produjeron muchos muertos y el uso de violencia contra la población civil. Este conflicto se ha resuelto con la firma de un acuerdo de paz hace unas semanas. Y así, desde 2011, fecha de la creación del nuevo estado africano, se han sucedido otros conflictos intercomunales, a veces de menor escala, aunque casi siempre violentos y con el resultado de muerte, destrucción y heridas abiertas que algún día, en algún momento serán vengadas.

En un artículo reciente, la antropóloga canadiense Carol Berger detallaba el trasfondo de la violencia en Sudán del Sur. Dice Berger que cualquiera que intente responder a la cuestión de si habrá responsabilidad individual por los crímenes cometidos en el país debe saber que “la responsabilidad por la muerte de otros tiene una naturaleza comunal (colectiva) y que es una norma en todo el país”. Carol Berger, quien ha vivido años en la ciudad sursudanesa de Rumbek, explica que el acto perpetrado por un individuo es visto en realidad como un acto cometido por todas aquellas personas relacionadas con este. Según Berger, decir que la guerra de diciembre estalló por una lucha de poder entre el presidente Salva Kiir y el ex vicepresidente Riek Machar es no entender la naturaleza del sistema político militar de los dos grupos culturales dominantes, los dinka y los nuer.

Ambos grupos reanudarán las negociaciones políticas en junio, en Addís Abeba, con presencia de la sociedad civil, las iglesias y los aliados regionales. Uno de los puntos principales acordados es la instalación de “un gobierno de transición de unidad nacional” que conducirá a la celebración de elecciones. Ni Machar ni Kiir parecen dispuestos a soltar poder, un gobierno de transición sin ellos es lo deseable pero es imposible. La paz y la seguridad del país se discutirán de nuevo entorno a una mesa diplomática pero son Kiir y Machar –dinkas y nuer- quienes tienen la última palabra porque son quienes colocaron al resto del país en el precipicio.

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